Responsabilidad

Este Breivik, todo el día en los periódicos y en las televisiones, con su traje claro, su corbata brillante, su ritmo capilar estratégico, rodeado de gentes que parecen correctas y serias, magistrados, fiscales, abogados, ujieres, tal vez algún policía de paisano. Algunas imágenes lo descubren en lo que parece una conversación con su abogada, él parece decirle algo casi al oído, y ella está sonriendo discreta. Todo es de una perfecta normalidad noruega. Nuestro ejecutivo mató a 77, y ahora anda en trámites. Normales. Los propios de un asunto. Ha declarado que actuó en defensa propia y que lo volvería a hacer. Ha llorado también. Y ahí han corrido los medios a interpretar el moco. ¡Santa omnisciencia! Los periódicos siguen preguntándose si es un criminal o un enfermo. Una distinción absurda. Breivik es un enfermo criminal, y deberá estar aislado el resto de su vida de los otros. De algún modo es un convencionalismo social el que lo esté en una cárcel o en un hospital. Es probable que una cárcel noruega sea más confortable y friendly que un hospital psiquiátrico argentino.

El concepto de responsabilidad va difuminándose. De un modo distinto a lo que era usual en el raso pasado marxista y jeanette: si antes se trataba de que yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, ahora son los genes, o cualquier otra forma de la biología, los que deben asumir la responsabilidad. Y mucho más que eso: en realidad, lo que vacila, y de un modo perturbador, es el propio yo. Como me escribió enseguida con su finura mi correspondiente Chema Pascual nuestro Rey ha dicho «no volverá a ocurrir» en vez de no lo volveré a hacer. Ha hecho bien. Ni siquiera un yo real puede asumir ya una responsabilidad semejante. La última autoridad en pronunciarse ha sido Obama. Su programa contra las drogas partirá de la base de que el cerebro del drogadicto no presenta «fallas morales sino mentales». Una frase mucho más polémica de lo que parece, donde pueden discutirse profundamente cada una de sus cuatro palabras, y que el presidente jamás se habría atrevido a extender, por ejemplo, a la homosexualidad.

Todo el programa moral de la Humanidad está basado en que el hombre puede elegir sus actos. Y que cuando no puede es un enfermo. Pero la ciencia está impugnándolo: el tipo de biografía que dibuja el futuro es la de un hombre cuyos actos no pudieron ser distintos de lo que fueron. Pero eso no supone, desde luego, la eliminación del castigo: únicamente lo desplaza desde la esfera moral a la práctica. Breivik tiene que vivir como un cero solo. Y para empezar con su nuevo plan sería estupendo que la retórica mediática dejara de presentarlo como un señor con problemas.

(El Mundo, 19 de abril de 2012)

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